Tiene su mirada fija hacia el horizonte, sus manos entrelazadas.
Confiado y fortalecido, de voz firme como sus convicciones, cabello
largo y obscuro, espesa barba y estatura media, de 30 años de edad y
orgulloso padre de un niño y una niña, es 'Lucas', uno de los 80
internos del Centro de Rehabilitación Social de Azogues, en la provincia
de Cañar.
Su celda, una extensión de su
personalidad, limpia y llena de libros, pues halló en la lectura una
herramienta rehabilitadora y en el CRS un medio para recuperar su vida.
"Estando aquí se ganó la verdadera rehabilitación, he superado mi mayor
prisión, el alcohol, ahora estoy limpio", asegura orgulloso de su logro.
Cuenta
que en el centro penitenciario ha descubierto varios talentos antes
ocultos. "Siempre me gustó la música, pero estando aquí aprendí a tocar
guitarra, ahora estoy aprendiendo a cantar. Hace tres meses conformamos
un grupo musical, y ahí los compañeros hemos ido descubriendo nuevas
habilidades y creando nuevos sueños, porque estar aquí no nos impide
plantearnos nuevas aspiraciones".
Reconoce y
agradece el esfuerzo gubernamental enfocado en transformar el sistema
penitenciario, pero destaca que para consolidar una efectiva
rehabilitación hace falta además el apoyo familiar de cada interno, la
no estigmatización de la sociedad y sobretodo, la voluntad de cada PPL.
"Rehabilitarse
es una realidad, es difícil, es una lucha, un esfuerzo diario, pero con
el apoyo de las autoridades y la decisión de cada uno recuperar
nuestras vidas si es posible, pues la rehabilitación no sólo depende del
CRS, está en uno mismo".
Su mayor expresión la
transmite a través de su piel marcada por la tinta. Un ave fénix
resurge día a día en su brazo derecho, símbolo de fuerza, de
purificación, de inmortalidad y de renacimiento físico y espiritual.
"Aquí recuperé mi vida, aquí volví a nacer", afirma mientras cubre su
tatuaje tribal.
Lucas y sus compañeros de
pabellón consideran que la sana convivencia es vital para sus procesos
de rehabilitación, por ello procuran generar actividades que aporten y
fortalezcan sus vínculos.
"Son pequeños
detalles que nos unen, una olla de café en el centro del pabellón, como
pretexto para compartir, un día alguien pone el pan, otro prepara el
café y alguien más inicia cualquier conversación, somos una familia que
busca un mismo objetivo, superar este momento y salir fortalecidos en
busca de una segunda oportunidad".
"Cometimos
errores, causamos dolor, por eso estamos aquí, somos personas privadas
de libertad, pero sobretodo somos seres humanos y nos merecemos esa
segunda oportunidad", concluye Lucas, quien anhela reencontrarse con sus
hijos y hallar el perdón de sus errores.
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